UNA CUESTIÓN DE PODER, NO DE FALDAS
Preocupa que un alto mando de un partido se juzgue en el derecho de exigir a una subalterna que le rinda cuentas sobre su vida privada. Igual de inaceptable resulta que las decisiones afectivas de alguien se tornen tema de discusión, negociación o condicionamiento en las reuniones de deliberación de la más poderosa organización política de este país. Que un hombre con evidente, aunque quizá menguante, poder quiera tratar a una mujer como su propiedad, o que se exija a su pareja que la apacigüe, como si de un animal se tratara, es intolerable.