Frente a la tumba de Julia Flores y Luis Molina, la música no dejaba de sonar. Una tras otra salían de un parlante las canciones de Julio Jaramillo, porque esas eran las que les gustaban a ambos. Luis murió en 2010 y Julia en 2016, y ahora están juntos en el cementerio general de Manta, hasta donde la tarde de este sábado, 2 de noviembre, su familia llegó a ponerles la música que tanto les gustaba. “Amor de mis amores, reina mía, ¿qué me hiciste? Que no puedo conformarme sin poderte contemplar”, se escuchaba en el parlante mientras Magdalena Molina, hija de la pareja, recordaba cómo eran sus padres en vida. “Les gustaba la música de Julio Jaramillo, eran amantes de esas canciones, por eso todos los años se las ponemos, no solo en el Día de los Muertos, sino también en la fecha de fallecidos, cumpleaños en el cielo, Día de la Madre y Día del Padre”, comentó. A su alrededor, otros ocho integrantes de la familia la acompañaron en la vigilia.
El cementerio general de Manta, el más grande de la ciudad, estaba lleno este sábado. Las familias se habían tomado los estrechos pasillos para acompañar a sus muertos, algunas con tristeza, pero casi la mayoría con música. En las esquinas se escuchaban repertorios de cantantes como Camilo Sesto, Leo Dan y Alci Acosta. “Es que la música trae recuerdos, uno escucha y parece que la persona sigue viva”, dijo Esteban Parrales, quien con su guitarra llegó a ofrecer canciones. “Lastimosamente, ahora todo mundo trae sus parlantes recargables y con eso le ponen al muertito la música que le gustaba, ya pocos quieren pagar por una canción”, explicó. Para quienes sí estuvo bueno el negocio fue para los vendedores de agua y cerveza. Ante el fuerte sol que hubo en Manta este sábado, ellos tuvieron buenas ventas, comparadas solo con las de las flores en la entrada del cementerio. Rosa Conforme, a sus 79 años, llegó temprano a velar a sus padres y hermanos, que están juntos en un espacio familiar de siete tumbas, seis ya ocupadas.
“Aquí están mis padres, dos de mis hermanos y dos sobrinos. Somos una familia grande, tuve once hermanos, pero fuimos muy unidos, por eso estoy aquí velándolos”, expresó Rosa, sentada en una banca, sola en un pasillo del cementerio. Rosa dijo que otros familiares la habían acompañado, pero en ese momento estaban visitando otras tumbas de otros familiares, un poco más lejanas para ella, quien prefiere estar al lado de sus padres y sus hermanos, como lo hacía cuando estaban vivos, siempre unidos. Una masiva concurrencia de ciudadanos se ha registrado este sábado 2 de noviembre en los cementerios de Ecuador, y se ha repetido la costumbre de campesinos y comunidades indígenas para el Día de los Difuntos, cuando brindan la mejor comida que puedan compartir en las tumbas con sus seres queridos.
Platos con papas, fréjoles, habas, fritada, chicha y panes se sirven en los espacios verdes de los cementerios, cerca de las tumbas, para compartir con las almas de los difuntos. Esta costumbre ha resistido al avance de la cultura occidental que ha ido ganando terreno con la celebración de fiestas foráneas como el Halloween, ya muy popular entre la juventud. No obstante, la vertiente andina de ese sincretismo religioso ha marcado territorio con lo proliferado de la elaboración y consumo de la colada morada y las guaguas de pan, muy demandada por las familias a nivel nacional. En los cementerios, las familias campesinas conversan sus problemas como esperando que sus muertos los escuchen y apoyen, algo que no dudan que ocurrirá si la fe se mantiene. El hermano Esteban, de la orden colombiana de San Pablo, ha atestiguado esta celebración en el cementerio de la parroquia Calderón, en el norte de Quito, donde una muchedumbre ha acudido para conmemorar el día.