MOVILIZAR A LA COMUNIDAD PARA MEJORAR LA SITUACIÓN EDUCATIVA
Durante más de una década, el sistema educativo buscó enmascarar sus fallos ofreciendo sucesivos exámenes a los estudiantes para que no reprobaran el año. A toda esa permisibilidad se sumó el dramático efecto de la pandemia. Ahora, que se han vuelto a establecer patrones de calificación regulares, los efectos salen a la luz; apenas en el régimen Costa-Galápagos, más de 25 mil estudiantes reprobaron el año. Se trata de poco más del 1% de los alumnos registrados; la cantidad de aquellos que pasaron el año tras rendir exámenes supletorios es siete veces mayor. El régimen Sierra-Amazonía concluirá dentro de un mes y todo apunta a que los resultados serán similares. Además, las evaluaciones más recientes habían demostrado que los estudiantes ecuatorianos distaban mucho de tener los conocimientos mínimos requeridos. Tanto la ciudadanía como las autoridades deben entender que las nocivas consecuencias que tuvo la pandemia en la educación no se remediarán por simple inercia. Al contrario, si no hacemos nada, corremos el riesgo de habituarnos y permitir que se asiente una “nueva normalidad” —término propio de la época del Covid-19— de rendimiento académico aun más bajo. Bien podrían el Ministerio de Educación y los gobiernos locales movilizar a la fuerza de la comunidad misma para enfrentar este problema. Así como se hizo a fines de la década de 1980 con las brigadas de alfabetización, o como sucede ahora con lo centros de apoyo que impulsa la Alcaldía en Guayaquil, convendría impulsar a que los estudiantes de las zonas e instituciones más favorecidas del país trabajen, como voluntarios, en la nivelación de sus pares.