PERDER EL MIEDO

La sociedad ecuatoriana no puede permitir que el miedo dirija su comportamiento diario y se convierta en una herramienta política de poder. El miedo no solo enclaustra a las personas y afecta al comercio y, por ende, al empleo, sino que también empuja la migración, en muchos casos con el riesgo de perder la vida de quienes lo intentan. Y lo que es más peligroso, suma integrantes a los cinturones de miseria y abre la puerta al crecimiento de los grupos de delincuencia organizada. Los profesionales ahora temen promocionarse en redes sociales o medios de comunicación por miedo a las extorsiones. La bola de nieve sigue creciendo. Ecuador está enfermo de miedo, y la cura depende en parte de los ciudadanos y en parte del Gobierno Nacional, sobre quien recae la responsabilidad de dotar de seguridad a los ciudadanos, pero también de los gobiernos locales, que deben mejorar la calidad de vida de los vecinos. Exigir un ambiente menos peligroso es un derecho por el que se pagan impuestos. Tachar a alguien de opositor por el simple hecho de reclamar una retribución en seguridad, educación y salud por los tributos que paga es autoritario. Y es una posición que solo alimenta el sentimiento de miedo ciudadano, el cual debe ser desterrado para que el país pueda avanzar. Hay que perder el miedo, y eso incluye el miedo al reclamo.

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