LOS QUE NO VIERON EL DEBATE
Muchos dicen que vieron el debate final entre los candidatos presidenciales finalistas del balotaje. Otros, muchos también, confiesan que no lo vieron. Entre unos y otros caben matices por resaltar a la hora de dar un voto razonado en lo contrastado, verificado y tomado como opción final.
Llevados de la mano, como si fuéramos unos críos, la prensa hegemónica y su ardid constante, por un lado, frente a la vertiginosa volatilidad de las redes, dejan a dos grupos en espacios irreconciliables, construido para los habitúes. Los que ni las usan, ni leen, ni les interesa, ni quieren saber, hacen mucho por los votos en blanco y se forman junto a los nulos. Son también quienes deciden sin decidir.
Al debate presidencial lo anunciaron como el filtro final de llegada a la gran decisión, especial- mente para capturar votos de los candidatos que se quedaron en primera vuelta. Ahí estuvieron los dos. Hombre y mujer expuestos a un esquema limitado, pero que alcanzó para medir la calidad, visión y alcance de las ideas.
Quienes los vieron, enseguida tomaron partido por su candidatura favorita, aduciendo incluso que hacerse el pendejo es una buena estrategia. Los que no vieron pero sí escuchan lo consuetudinario, siguen como eco lo consumido. Ganar un debate puede ser cuantificable en votos, pero casi no es cualificado en perspectiva: los complejos problemas del país, tienen sencillos representantes, uno más que la otra.