
Abg. Ramiro Rivera Molina titulo
Político ecuatoriano que ocupó la vicepresidencia del Congreso Nacional entre 2003 y 2005 Profesor universitario en Universidad de las América Presidente del Grupo @elcomerciocom
Comienzo con dos frases. La primera, de la filósofa francesa Simone Weil (1909- 1945): «Nada hay más cómodo como no pensar». Decía que se ha llegado al punto de casi no pensar, sino tomar parte a favor, o en contra; y, después, buscar los argumentos, para justificar las posturas asumidas. La segunda, se atribuye a Napoleón Bonaparte, en 1807, tras la paz de Tilsit con los rusos: «La victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana». Cuanto hay un éxito, el ser humano se aglomera para reivindicar el triunfo; pero en un fracaso, nadie asume la responsabilidad del desengaño. La conducta advertida por Weil y Bonaparte la hemos observado luego de la victoria del NO. Muchos reclaman su paternidad. Desde el correísmo hasta los líderes violentos de la Conaie. Creen que el pronunciamiento ciudadano es la credencial que otorga impunidad, legitimidad o ventaja electoral. Pero están equivocados. Los padres del NO abundarán. Muchos de los que votaron por el NO, son anticorreistas y críticos de los vándalos que buscan el estallido. No es novedad decir que el ejercicio del poder desgasta. Más cuando se afronta y administra una crisis y se resiste la embestida de la economía criminal que ve se amenazada. En la política, hay los no dispuestos a la reflexión ponderada, son los radicales de la tragedia y el drama. Y esta conducta se observó en el proceso plebiscitario. Por un lado, una estrategia oficial confundida de silencio y vacío, dejó espacio para que la estridencia del relato de la catástrofe rellene el mutismo. Parafraseando a Cicerón, la verdad se pervierte y cercena con la mentira de unos y la mudez de otros. Ahí se instaura la narrativa que despedaza la realidad e implanta su posverdad. O sea, la falsedad. El 16 de noviembre ganó el miedo, el susto por los demonios y, también el disgusto y el reclamo. Los gobiernos no son infalibles ni perfectos. Por lo general, cometen errores, no siempre advertidos por quienes rodean al poder. Con frecuencia, los más cercanos son proclives al adulo y no están dispuestos, por conveniencia, a expresar reparos o emitir valoraciones críticas. Si a tal conducta se añade un exceso de confianza, la realidad se impone más que las ilusiones. En la política, los deseos son insuficientes para las realidades. Los ciudadanos se adhieren a una propuesta desde el poder, cuando un gobierno tiene suficiente capital político y no ha sufrido un deterioro. En tales condiciones, el reconocimiento y la preferencia es alta. Así sucedió en la consulta popular del 21 de abril de 2024, cuando el presidente Noboa fue favorecido con un SI rotundo. Al revés, si se ocasiona una erosión en la credibilidad, se cae en errores, no se advierte el declive en la opinión pública, y los ejércitos digitales posicionan narrativas negativas, los resultados son diferentes. El NO es un llamado de atención. Una expresión de disgusto político. Una reacción. Un reclamo. Un enfado. Una amonestación y advertencia. Un reproche. Un jalón de orejas. Una luz amarilla intermitente, luego de la cual podría encenderse la verde o la roja. Si el gobierno del presidente Daniel Noboa, asimila y comprende el mensaje de los electores, podrá recuperar la confianza y motivar a la mayoría, recobrar credibilidad y reforzar su legitimidad democrática. Está a tiempo.



