
Santiago Palacios Montesinos
Comunicador Corporativo santiagopalaciosm@gmail.com
El Escudo Nacional del Ecuador, adoptado oficialmente el 31 de octubre de 1900, es mucho más que un símbolo gráfico. Es la representación de nuestra historia, de la diversidad natural y cultural que nos define, y de la voluntad de construir un país que supere sus diferencias. Conmemorar esta fecha no debería limitarse a un acto ceremonial: es una oportunidad para reflexionar sobre lo que significa ser ecuatorianos, en un contexto en el que los colores partidistas muchas veces parecen pesar más que el tricolor nacional. La historia republicana del Ecuador ha estado marcada por tensiones políticas, ideológicas y sociales. Diversos proyectos de país han buscado imponerse, y no pocas veces hemos caído en la tentación de priorizar intereses particulares sobre los colectivos. Sin embargo, el escudo nos recuerda que existe un hilo común que nos une. En su diseño conviven el Chimborazo y el río Guayas, símbolos de regiones distintas, junto con el cóndor que vigila desde lo alto como emblema de fuerza y libertad. Es un mensaje visual de unidad en la diversidad. El problema surge cuando olvidamos esa lección. Los partidos políticos cumplen un rol necesario en la democracia, pero no deben convertirse en un fin en sí mismos. El verdadero fin es la Patria, entendida como el espacio compartido en el que todos habitamos y del que todos dependemos. Cuando los liderazgos políticos anteponen cálculos personales o intereses de corto plazo al bienestar nacional, el avance del país se vuelve lento, y en ocasiones, inexistente. Mirar al escudo implica recordar que la República no nació para servir a individuos ni a grupos específicos, sino a la totalidad de ciudadanos. La rama de laurel que lo adorna simboliza la victoria, pero no la victoria electoral de un partido sobre otro, sino la victoria de la nación sobre la pobreza, la desigualdad y la exclusión. La rama de palma recuerda el martirio de quienes dieron su vida por la independencia, un sacrificio que no puede ser banalizado por disputas políticas que solo profundizan divisiones. El desafío de nuestra época no es menor. En un mundo globalizado y con economías interdependientes, los países que progresan son aquellos que logran consensos básicos sobre educación, empleo, sostenibilidad y desarrollo social, más allá de quién ocupe el poder. Ecuador no puede darse el lujo de retroceder cada cuatro años por los vaivenes ideológicos. Necesitamos instituciones sólidas, políticas de Estado y una visión compartida de futuro. El escudo nacional, con el sol iluminando los signos zodiacales de la revolución de marzo de 1845, nos recuerda que la historia es un proceso de luchas, aprendizajes y transformaciones. Pero también nos señala que la luz del progreso solo brilla cuando hay unidad. Al celebrar el Día del Escudo Nacional, deberíamos preguntarnos: ¿estamos siendo fieles a ese pacto de servicio a la Patria? Porque mientras no seamos capaces de mirar más allá de las ideologías y partidos, el Ecuador seguirá postergando su verdadero destino: convertirse en una nación donde todos avancemos juntos.



