ASAMBLEA ENMUDECIDA

La Asamblea Nacional, que debería ser el principal contrapeso del poder Ejecutivo, ha elegido el silencio como su política. Desde su instalación, el Legislativo se ha convertido en un espectador complaciente, incapaz de cumplir su deber de fiscalización. Los temas sensibles, aquellos que exigen respuestas urgentes, permanecen enterrados bajo la inacción y la complicidad política. El caso de los contratos con empresas vinculadas a la generación eléctrica expone con crudeza esa omisión. Cuando se pidió que las autoridades rindieran cuentas, la mayoría oficialista bloqueó el debate. No hubo informes ni responsabilidades, solo una muralla de silencio. Así no actúan quienes representan al pueblo, sino quienes prefieren proteger intereses ajenos a la ciudadanía. El mutismo también alcanzó el financiamiento de las marchas contra la Corte Constitucional. Nadie explicó de dónde salieron los fondos para la movilización de la gente, y la Asamblea —que debía exigir claridad— no hizo nada. Cada día que pasa sin control ni fiscalización, el Parlamento se aleja de su razón de ser. Callar frente al poder no es prudencia, es complicidad. Y hoy, lamentablemente, parece que en la Asamblea Nacional la única regla que se respeta es hacerse el desentendido.

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