SILENCIO CÓMPLICE

Gobierno tras gobierno, el país repite una triste historia de promesas incumplidas y problemas crónicos que nadie resuelve. Los ministros, obligados por ley y ética a informar con claridad sus planes de trabajo, guardan silencio o se escudan en discursos vacíos. Juegan al mudo mientras el caos avanza. El hospital Teodoro Maldonado Carbo, que debería prestar un servicio digno para los afiliados, permanece secuestrado por mafias que saquean sus recursos sin que ninguna autoridad actúe con firmeza. Las intervenciones no sirven, como si la corrupción se hubiera vuelto parte del paisaje institucional. Las vías del país, vitales para la producción, el turismo y la seguridad, están en ruinas. No hay un plan de reconstrucción sólido, solo anuncios dispersos y soluciones parches. Hasta el deporte, que solía ser un motivo de unión y orgullo, refleja hoy la decadencia nacional: Barcelona y Emelec, equipos emblemáticos del país, atraviesan crisis profundas, tanto deportivas como administrativas. Lo más grave es el letargo ciudadano. Esta indiferencia social frente a tanto abandono debería alarmarnos más que las propias crisis. No hay una presión real sobre quienes gobiernan. La pasividad es el terreno fértil para que los corruptos prosperen y para que la impunidad se consolide.

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