A POCAS HORAS…

Santiago Palacios Montesinos

Comunicador Corporativo santiagopalaciosm@gmail.com

Llegamos al tramo final de una campaña electoral que ha sido, sin duda, una de las más intensas, polarizadas y agotadoras de los últimos años. Durante semanas, los ciudadanos hemos estado expuestos a un flujo incesante de mensajes, debates, discursos, encuestas, entrevistas, cadenas nacionales, recorridos territoriales, spots publicitarios y publicaciones en redes sociales. En medio de ese escenario saturado de información, las propuestas concretas —esas que deberían haber sido el centro del debate democrático— se asomaron en menor proporción y, en algunos casos, casi se perdieron entre los ataques personales, las descalificaciones y las estrategias de confrontación. Hoy, a pocas horas de conocer el nombre oficial del próximo mandatario del Ecuador, es momento de hacer una pausa y reflexionar. Más allá del ruido político, el ciudadano tiene una responsabilidad ineludible: la de meditar su voto. Porque esa pequeña marca en la papeleta, muchas veces subestimada, tiene la fuerza de reconfigurar el destino de todo un país. Se trata de un acto profundamente democrático que debe ejercerse con conciencia, con memoria, con información y con visión de futuro. Votar no es solo un derecho: es también un deber con la historia, con las nuevas generaciones y con uno mismo. No se trata de hacerlo con rabia, desinformación o apatía, sino con responsabilidad, con criterio propio, sin dejarse arrastrar por la desilusión o por la presión externa. Quien resulte electo —ya sea renovando su mandato o asumiendo por primera vez la presidencia— enfrentará desafíos enormes: una crisis de seguridad, niveles alarmantes de pobreza y desempleo, un sistema institucional bajo presión, una economía en recuperación y una ciudadanía cada vez más crítica y exigente. También hay que reconocer que el país llega a esta jornada con una clara división. Probablemente, más del 40% de los votantes habrá optado por otra propuesta. Por eso, los líderes políticos deben ser los primeros llamados a unir al país, a dejar de dividir, a abandonar discursos de odio, a eliminar prácticas de campaña sucia y, sobre todo, a permitir que la democracia se exprese con libertad y sin manipulación. Un liderazgo maduro es aquel que, gane o pierda, antepone la estabilidad del país sobre cualquier ambición personal. Finalicemos esta jornada en paz, conscientes de que pensar distinto no nos convierte en enemigos. Al contrario, nos recuerda que en la diversidad de ideas también se construyen las grandes democracias. Disentir no debilita al país, lo enriquece, porque refleja una ciudadanía activa, crítica y comprometida con su destino. Una democracia madura, no solo merece respeto: merece ser escuchado, valorado e incluido. Porque solo desde la unidad, y no desde la confrontación, podremos enfrentar los verdaderos desafíos que tenemos por delante.

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