PAREN DE EXASPERAR AL PAÍS
La polarización política es una estrategia para mantener el poder al dirigir la atención de los electores a enormes problemas, casi siempre sobredimensionados. Son grupos enfrentados, con ideas diferentes, que, estratégicamente, se rehúsan a debatir sobre los problemas nacionales y concertar soluciones. Así, radicalizan las emociones – miedo, ira, frustración– para mantener cautiva a una parte de la población con las intenciones de perennizarse o ganar popularidad. El resultado de la polarización es el radicalismo y, en ese punto, el diálogo se vuelve imposible. Los problemas estructurales del Ecuador son profundos, pero no existe un debate real y la división social se acentúa. El país ya tiene experiencia, lo vivió en la época de la Revolución Ciudadana. Antes fue la Patria, encarnada en el gobernante de turno, versus la ‘partidocracia’, la banca, los medios, la derecha, el Imperio. Ahora, es el viejo Ecuador versus el nuevo Ecuador; todos con el Presidente o todos son narcos. Nada más absurdo y alienante. Como sucedió en el pasado, ese radicalismo puede pasar a la calle o al seno familiar. Los políticos, sus asesores y sus seguidores no pueden poner en peligro la convivencia y la unidad nacional. El país no debe regresar a las agresiones políticas, emocionales o incluso físicas, en estas semanas determinantes para reflexionar sobre el futuro. Mientras siembran en el imaginario de los ecuatorianos teorías de fraude y conspiración, los políticos pronto negociarán la presidencia, vicepresidencias y comisiones en la nueva Asamblea. Allí se olvidarán de todo.