PONER FIN A LOS INCENDIOS PROVOCADOS

La crisis de energía que afronta el país se debe, además de la imprevisión y nulo mantenimiento de las plantas termoeléctricas, a la falta de lluvias que impide que las centrales hidroeléctricas y sus embalses cuenten con niveles mínimos para poder operar. Patrones climáticos inusuales han dado paso a una sequía prolongada y a altas temperaturas que a su vez han dado lugar a otro factor que también influye en la escasez de precipitaciones: los incendios. Estos acaban con inmensas extensiones de bosques y vegetación, lo que merma la humedad del ambiente, generando estaciones en extremo secas en las que se reduce de forma drástica el caudal de los ríos. Ello está desencadenando otro problema en simultáneo: los racionamientos de agua potable. Si bien algunos incendios se han generado espontáneamente por las condiciones atmosféricas, otros, en alto porcentaje, han sido provocados. Los incendios que soportó Quito en septiembre devastaron flora y fauna, y además pusieron en riesgo los bienes y la vida de los habitantes de la zona. Guayaquil tampoco se ha librado del fuego ni el Parque Nacional El Cajas, cuyos páramos son esenciales para la provisión de agua de Cuenca. La gravedad de la situación amerita la toma de acciones contundentes para poner fin a los incendios provocados, imponiendo mayores y más severas sanciones, incluyendo las penales, para quienes los inician.

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