PARA EL DESARROLLO, NO HAY QUE INVENTAR EL AGUA TIBIA

Ecuador está en un momento crucial de su historia económica. Los desafíos guardan sorprendentes similitudes con los que Corea del Sur vivió en la década de 1950, tras la devastadora guerra que la dividió del Norte. Al igual que Ecuador, Corea del Sur era un país con recursos limitados, una población apenas alfabetizada, rodeado de incertidumbre geopolítica y con una economía agraria que apenas sostenía a su población. Sin embargo, en unas pocas décadas, se transformó en una de las economías más dinámicas del mundo. ¿Cómo lo hicieron? Corea invirtió en educación universal hasta la secundaria, con especial énfasis en ciencia, ingenierías, tecnología y matemáticas (STEM). Hoy, la población coreana tiene una de las tasas más altas de educación superior del mundo. Corea implementó una serie de ‘planes de 5 años’ enfocados en desarrollar industrias estratégicas para la exportación; no productos, industrias. Luego, apostó a grandes grupos económicos -¡privados!- que se convertirían en motores de innovación y empleo; hoy son Samsung, LG, Hyundai. Corea redistribuyó tierras estatales para incentivar la agricultura tecnificada y reducir la pobreza rural. Mientras, el Gobierno invirtió en investigación y desarrollo tecnológico de la mano de privados, para cambiar productos de poco valor por industrias de alta tecnología. Corea expandió su red de asistencia social, construyendo un sistema de salud preventivo; su gente dejó de sobrevivir y empezó a vivir con esperanza. El Gobierno, además, se aseguró de brindar oportunidades de vivienda digna. El giro cultural, mental incluso, hizo del trabajo, el respeto a la autoridad y la educación, una filosofía de vida. Corea del Sur, en cuestión de 30 años, hizo lo que también lograron países como Taiwán y Singapur. El camino no es fácil, pero tampoco imposible. Nos encantaría un líder que, al menos, se proponga trazar el camino.

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