EL PESIMISMO TENDRÁ QUE PASAR DE MODA
Extrañamente, en el Ecuador de hoy resulta aceptable, incluso sofisticado, renegar del futuro del país y hacer augurios desastrosos. Llama la atención la soltura con que personas influyentes, presuntamente cultivadas, expresan su desdén por la patria y su futuro. Desahuciar al país, exordios a migrar, juicios crueles sobre sus compatriotas, diagnósticos tajantes sobre una supuesta inferioridad cultural; pronunciamientos de ese tipo muestran el estilo en el que muchos intentan mostrarse eruditos o virtuosos. Las masas, en una búsqueda de estatus, imitan ese comportamiento y así, súbitamente, hemos llegado a un país en el que la desesperanza y el autodesprecio parecen estar de moda. Hay que preguntarse quiénes son los beneficiarios de tanto malestar. La desesperación hunde a los pueblos en el cortoplacismo; los lleva a tomar decisiones poco meditadas y a tolerar cuestiones que, en circunstancias normales, jamás aceptarían. Principalmente, hace que dejen de anhelar, de creer, y que se conformen a la mediocridad. Por eso, a quienes ostentan verdaderamente el poder y a quienes anhelan conquistarlo, les conviene un pueblo cegado por la desazón. No sorprende que en las temporadas de campaña es cuando más se busca sembrar miedo y desesperanza entre la ciudadanía. La disyuntiva, planteó ayer Elon Musk en la conferencia ‘El renacer de la libertad en Argentina y el mundo’, es una filosófica, entre una visión expansionista para la civilización y la consciencia, y una extincionista, que no encuentra solución para los problemas que los humanos nos hemos causado. Rechazamos esa demagogia fatalista. Ecuador tiene, y siempre ha tenido, la energía, la capacidad y el talento para sobreponerse a crisis como la actual, o mucho peores. Quizá lo que falta es la voluntad de cada individuo.