SE ACABARON LAS PROMESAS, A CUMPLIR
Festejar es cuando menos iluso. Abatirse, desalentarse se vuelve innecesario. Todo porque la profundidad de la tragedia heredada no da tiempo si no para salir de esta ofensiva en que la violencia nos ha sumido. Organizarse en un trabajo conjunto, debería ser un deber de todos, para desorganizar a la delincuencia enquistada como una amenaza por todos los frentes, aunque esa aspiración se lea como una reiteración sin plan ni decisión política hasta ahora.
Nadie, en su sano juicio, aceptaría un reto como el de tomar un Ecuador en las condiciones actuales, salvo que en lugar de llegar para hacer negocios y servirse lo poco que queda, haga un enroque convencido en armar una estratégica defensa, sin asociarse con la mafia, y sirva al bien común, dispuesto en un emergente plan de gobierno.
Hemos decidido elegir a un presidente para 16 meses, por eso no hay tiempo que perder. Porque si se vuelve un tiempo perdido, en todo el sentido de la frase estaremos perdidos.
El optimismo por lo que comienza, ha de actuar sobre las ruinas de lo heredado para reconstruirlo, con señales firmes de señalar las causas y enfrentarlas, sin amilanarse a perseguir a esa sociedad con el crimen que solo busca la impunidad de los responsables. Demasiada tarea para tan corto tiempo, ahora que se acabaron las promesas.