Falta menos de una semana para que concluya una campaña electoral diferente que ya no es como las de antes tampoco ha logrado generar otro modelo influida por la inseguridad ya no hay tarimas, ni eventos de magnitud donde los candidatos puedan medir fuerza de sus respaldos, alejada de contrastes entre los mismos presidenciables. Algunos la califican hasta de aburrida, las ocho semanas entre primera y segunda vuelta parecen interminables, se justificaban antes cuando el candidato, no paraba, recorría de nuevo el país.
Algo intenta Noboa tener presencia en territorio. Pero ahora no solo es aleatorio ir a las provincias, sino que los presidenciables se enfocan en reuniones gremiales o con estudiantes, en ciertos casos, como lo hace Luisa González, sin acceso a la prensa. El hermetismo en ambas campañas llega al punto de que es reservado hasta cómo van a hacer control electoral, quien va a vigilar sus votos el día de la elección, si tendrán delegados en mesas o no, si contarán con su propio centro de digitalización. Sí podrán contrastar sus datos con los del CNE.
Las encuestas ya no tienen la misma fuerza, se interpretan según quien las reproduce, quien las evoca. No hay debates ni confrontación de ideas, sin profundizar en cómo harán lo que prometen, cuándo lo harán o cómo lo costearán. Las estrategias se circunscriben de acuerdo a la producción de emociones, de impresionar, de llamar la atención la campaña está reducida a la apariencia de lo que se propone, donde las cifras y las estadísticas tienen una mirada somera. Una estrategia limitada muchas veces a la espectacularidad de las redes sociales en la que cuentan lo que hacen, bailan, exponen sus gustos, su música. En medio de toda la campaña sigue, más viral que masiva, más de redes que de calle. Aunque es ahí donde están los padecimientos de los electores que el domingo 15 deberán definir al futuro presidente.