LA VIDA NO VALE NADA

Si se puede ordenar matar a una persona, pero no a cualquier persona, al alcalde de Manta. Desde un centro convertido en agujero negro, no solo por desconocido y misterioso, sino porque atrae gran cantidad de elementos para absorberlos. Nos encontramos precisamente en el momento de una órbita enloquecida, dando vueltas descontroladamente, y la sociedad organizada que presumimos ser, no pasa de convertirse en una ruleta a donde obligatoriamente acudimos todos, para que la in- fortuna, en este caso, nos señale como víctimas directas o colaterales a caer en ese vacío.

Una asociación de criminales toma las decisiones casi omnipotentes de quién ha de morir en este nuevo día, una vez que han consumado el hecho. En la casi totalidad de los casos quedan impunes los actores materiales como intelectuales. Sabemos apenas: cuándo y cómo lo hacen, pero nunca quiénes ordenan.

En este proceso de degradación se forma un estado fallido, porque la autoridad cedió espacios básicos de control, desde el cual reinan mentes retorcidas por la convicción de que todos somos desechables, aunque no interfiramos en sus siniestros fines. Ahora mismo cegaron una vida valiosa, Agustín Intriago. No solo ha perdido su familia un extraordinario hombre, la ciudad, la provincia, el país, ya no disponen de un incesante trabajador dispuesto a servir, como hay pocos. La vida no vale nada, qué pesar.

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