
Abg. Ramiro Rivera Molina titulo
Político ecuatoriano que ocupó la vicepresidencia del Congreso Nacional entre 2003 y 2005 Profesor universitario en Universidad de las América Presidente del Grupo @elcomerciocom
Leer la Constitución de Montecristi, en relación al lenguaje inclusivo, es aburrido. Un texto que repite decenas de veces expresiones en masculino y femenino de manera grotesca, antiestética, fea y monótona: el presidente / la presidenta, el juez / la jueza, el director / la directora, el superintendente / la superintendenta, el concejal / la concejala, el alcalde / la alcaldesa, el ciudadano / la ciudadana; largos los y las y un extenso etcétera. Está de moda. No hay duda. Pero que el lenguaje jurídico se mezcle con la política y la ideología, es penoso, distorsiona la elegancia, y se lee muy feo. La RAE sostiene que el uso del masculino se utiliza para designar a grupos sin distinción del sexo. El masculino gramatical funciona en la lengua española como inclusivo, Es el género no marcado de ideologismo. El nobel en literatura, Mario Vargas Llosa, afirmaba que es un masculino inclusivo y que feminizar todas las expresiones era desnaturalizar el lenguaje. Al ser preguntado, si a más de “todos”, “todas” se debía incluir “todes”, se río a carcajada limpia: «Es una estupidez», dijo. Si queremos, a nombre de lo inclusivo, adaptar el lenguaje jurídico y normativo, a todos los géneros e identidades sexuales, estamos extraviados. ¿Cómo distinguir lo heterosexual, lo homosexual, bisexual, asexual, transexual, intersexual, no binario? La morfología del español quedaría destrozada y deformada. Con razón, la RAE rechaza los desdoblamientos que desfiguran, deslucen las expresiones y las vuelven antiestéticas. Desde hace un tiempo se cuestiona el enguaje masculinizado en los textos normativos. Sabemos que las palabras y el lenguaje son claves para la comunicación y el entendimiento. Las palabras tienen un tiempo y edades en su uso. Nacen, adquieren auge, luego declinan y desaparecen. Están mezclados en la cultura, los usos y las costumbres. Pero de ahí, a título de desmasculinizar, llegar al extremo de la desnaturalización y la extravagancia, hay una distancia. En la constitución hay palabras en femenino tales como: justicia, libertad, soberanía, patria, sociedad, democracia, potestad, instituciones, equidad. También en masculino: Estado, derecho, derechos, orden, jurídico, por señalar algunas palabras. A título de la inclusividad, ¿tendría sentido decir: «la Estada», «el patrio», «les instituciones»? Sería una grosería. Pero si es posible que, en vez de jueces o juezas, digamos: el órgano judicial. Que, en vez de presidente o presidenta, digamos la presidencia. En vez de ciudadanos y ciudadanas, se diga: la ciudadanía o las personas. El recurrir de manera repetida y fatigosa a las expresiones de los y las, las y los, se escucha antiestético y se lee horrible. Por ahorro del lenguaje, la necesaria claridad, el sentido común y las reglas elementales de la técnica jurídica, es posible mejorar el texto constitucional, sin caer en las novelerías contaminadas de política e ideología que lastiman el lenguaje y enredan el entendimiento. No se requiere de un gran esfuerzo, pero si de un elemental sentido común. Una persona entendida en estilo gramatical, limpiaría la espesa montaña de galimatías. Las personas pueden definirse con el género que quieran. Son libres de identificarse y optar por una identidad. Tienen la dignidad por su condición de personas. Debemos exhibir tolerancia.No me adhiero a la discriminación ni me inscribo en la homofobia social. Sólo exhorto a que se escriban bien los preceptos normativos.



