EL VERDADERO COMPROMISO DEL SERVICIO PÚBLICO

Santiago Palacios Montesinos

Comunicador Corporativo santiagopalaciosm@gmail.com

Ocupar un cargo público nunca debería entenderse como un privilegio personal, sino como una de las mayores responsabilidades que alguien puede asumir. Quien trabaja en el sector público, desde el nivel más alto hasta el más operativo, tiene en sus manos decisiones que impactan directamente en la vida de miles de personas. Por eso, la forma en la que se actúa en esos espacios no es un detalle: es la diferencia entre fortalecer o debilitar la confianza ciudadana. Uno de los principales comportamientos que debería guiar a cualquier servidor público es la pasión por servir a los demás. Servir no significa únicamente cumplir con una lista de funciones, sino entender que cada decisión tiene un efecto humano. La verdadera vocación de servicio nace de esa sensibilidad: la capacidad de ponerse en el lugar del ciudadano que espera respuestas, soluciones y un trato justo. La pasión por servir implica mirar más allá de los procesos administrativos y recordar, siempre, que el sentido del sector público es mejorar la vida de la comunidad. A la par de esa vocación, existe otro valor igual de indispensable: el esfuerzo constante por cumplir con la palabra dada. Las sociedades se sostienen en la confianza, y la confianza se construye en base a la coherencia. Cuando un funcionario promete algo y no lo cumple, no solo falla en un trámite o en una gestión: contribuye a la percepción de que lo público no merece credibilidad. Por el contrario, cuando la palabra se honra, aunque sea en los compromisos más pequeños, se va reconstruyendo el puente de confianza entre la ciudadanía y el Estado. Esa coherencia entre lo que se dice y lo que se hace debería ser la base de todo liderazgo público. No se trata de buscar reconocimiento ni de figurar en titulares, sino de que cada acción confirme que la palabra vale tanto como un documento firmado. En un país donde muchas veces la política se ha cargado de promesas incumplidas, los ciudadanos valoran enormemente a quienes hacen del cumplimiento su sello personal. Cuidar quiénes ocupan los puestos de poder es, en el fondo, cuidar el futuro de las instituciones. No basta con exigir leyes más duras o procesos más complejos si quienes los aplican no tienen la voluntad ni la ética para hacerlo bien. Por eso, más que mirar solo a los grandes liderazgos, necesitamos también servidores públicos que, en todos los niveles, actúen con pasión por servir y con la firmeza de cumplir su palabra. La ciudadanía no espera perfección de quienes la representan, espera honestidad, entrega y consistencia. Al final, lo que más marca la diferencia no son los grandes discursos, sino los actos diarios de servicio y el respeto a la palabra empeñada.

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