La escasez de agua en San Lorenzo dejó de ser una queja pasajera y se ha convertido en un drama cotidiano. Según Ginson Alvia, morador del sector, el problema del desabastecimiento se arrastra desde hace casi dos años, pero en los últimos ocho meses la situación se ha vuelto crítica.
“Las autoridades han escuchado nuestras quejas, pero no han dado soluciones. La gente tuvo que organizarse y buscar agua en las montañas, en antiguas vertientes”, relató Alvia.
Ante la falta de respuesta, la ciudadanía instaló pozos artesanales y nuevas mangueras para traer el líquido vital desde las montañas. Según dijo, la Empresa Pública de Agua Potable de Manta (EPAM) realizó estudios y determinó que esa agua es apta para el consumo humano. “Con nuestros propios recursos lo logramos, sin apoyo institucional”, recalcó.
Pese a vivir con escasez, los moradores denuncian que las facturas del servicio siguen llegando puntualmente cada mes. Comunidades como Ligüiqui también dependen de estas improvisadas redes de agua comunitarias.
Otro testimonio, bajo reserva de identidad, advierte que los problemas se extienden a los medidores y al alcantarillado. “Reportamos daños, pero no recibimos respuestas. Aquí vivimos en zozobra. No tenemos alcantarillado y la gente bota el agua a la calle”, afirmó la vecina.
Aunque el año pasado se anunció un proyecto para enfrentar la crisis hídrica, hasta ahora no se concreta. La ciudadanía, cansada de esperar, ha decidido sobrevivir con soluciones propias, mientras la promesa de agua permanente sigue siendo eso: una promesa.