
Abg. Ramiro Rivera Molina titulo
Político ecuatoriano que ocupó la vicepresidencia del Congreso Nacional entre 2003 y 2005 Profesor universitario en Universidad de las América Presidente del Grupo @elcomerciocom
Estamos convocados el domingo 16 a decir sí queremos concluir con el ciclo del constitucionalismo erigido por la embriaguez del socialismo del siglo XXI. Y mejor hacerlo utilizando el instrumento más genuino de la democracia: la expresión plebiscitaria. Sin intérpretes ni mediaciones que limiten la decisión de la gente. Ahí, donde reside y proviene el fallo inapelable de la soberanía popular. Sí, porque la Constitución de Montecristi no respondió a la promesa seductora que deslumbró. No sirvió para mejorar la democracia sino para pervertirla y corromperla. Lejos de constituirse sobre un pacto consensuado, se instituyó con el credo del resentimiento, el desprecio a la libertad, la exaltación del Estado todopoderoso, el blindaje consentido para el crimen y los cárteles. El malvado sello del ideologismo populista extremo. La pretensión irracional de la hegemonía excluyente. De esa quimera solo queda repudio y desaliento. Sí, puesto que Carta Política chavista ha envejecido y ha expirado en su legitimidad. Siendo su obsolescencia insubsanable e incorregible. Sí, porque hemos llegado al punto de la inexorable ruptura, por la legítima vía de la institucionalidad. Sí, porque hay una nueva generación que demanda una constitución moderna, ágil y clara, que prescinda del romanticismo populista, entendible e inequívoca. Flexible y acordada. Sí, para organizar y distribuir el poder en las instituciones y funciones que caracterizan la democracia presidencial. Retomar las tres funciones en las que se distribuye el poder, con los pesos y contrapesos, la primacía de los preceptos constitucionales, los controles y límites del poder. Sí, porque como lo recuerda Giovanni Sartori, «La democracia es derecho de la mayoría con el respeto a los derechos de la minoría». Evitando la tiranía de los más y el desafuero de los menos. Sí, porque todos y, en especial la nueva generación, merece una gobernanza transparente, que garantice los derechos, establezca los deberes, cultive el respeto a las reglas de la institucionalidad y no deje nada sujeto a la arbitrariedad y menos a la desquiciada e irrefrenable crueldad de la criminalidad que aplasta a la mayoría indefensa. Sin la necesaria fuerza coercitiva del Estado, la democracia se desgasta en el caos y el crimen. Merecemos vivir sin miedo. Sí, a una constitución que reúna lo mejor de nuestra tradición compatible con los derechos humanos, los valores y principios conquistados por la democracia liberal y pluralista, que reconozca nuestra condición de diversos y comunes, la búsqueda de la justicia, la defensa de las libertades, el acatamiento al principio de legalidad, sin perder de vista como eje, centro y fin, la dignidad intangible de la persona humana y su protección desde los poderes públicos. Sí, una Carta Política que garantice un sentido de pertenencia a una convivencia de respeto y tolerancia, erradicando toda lo que sea absurdo y insensato. Que nos acerque al mundo multipolar y competitivo. Un Estado que no oprima y estrangule el sentido y valor de la libertad, por dogmas enmohecidos. Que no pierda de vista el bien común. Que garantice la inversión y avale la seguridad jurídica. El Estado en lo necesario. El mercado en lo posible. Que entienda que sin inversión no habrá empleo. Y sin libertad, emprendimiento. Si, para que la constitución sea el punto de convergencia de la más amplia voluntad política para mejorar las instituciones de la República. Sin olvidar el bello principio que se elevó en el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: «Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución».



